Relato NO TAN INOCENTE

Relato NO TAN INOCENTE

A Story by Luis Tamargo
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Colección "Son Relatos", (c) Luis Tamargo.

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       Había transcurrido casi un año y medio ya desde que llegó allí, dispuesta a encontrar la solución a sus problemas presumiblemente en pocas semanas. Tampoco se ganaba lo suficiente para continuar camino, aunque la cuestión estaba en que no surgía delante camino alguno que emprender. Casa Guillermina era un motel de carretera, remodelado de acuerdo a los nuevos tiempos. La Señora, como llamaban a la patrona, regentaba aquella modesta casa de citas con un reducido grupo de muchachas jóvenes que si antes no desaparecían las iba despidiendo, obligadas a contratos parciales, para así actualizar las posibilidades del negocio.

   A ella le había renovado ya una vez, pero se temía que el momento de partir llegaría en breve. En cualquier caso, se trataba de una incómoda incertidumbre. Además, aquella localidad carecía de atractivos alicientes y tampoco ayudaba a la calidad de los visitantes, obligando con demasiada reiteración a tragar con todo tipo de clientes, muchos de ellos intratables de otro modo. El lunes era el día que a ella le tocaba acercarse a la ciudad para hacer la compra de las necesidades de primera mano. Siempre le gustaba asomarse a la estación de trenes y mirar el final de los raíles en el horizonte, le hacía soñar con un destino, desconocido, pero diferente. Aquella tarde apenas dos personas formaban la cola para sacar los billetes. El muchacho que tenía el bolso de mano bajo el brazo esperaba paciente, detrás de la viejecita del pañuelo rojo y, por un instante, abandonó la fila para hacer intención de asomarse al andén. Fue suficiente para que aquella banda de desarrapados críos de barrio aprovechara el descuido y con habilidad se llevaran al vuelo el bolso de mano que había dejado en la repisa de la ventanilla. Ella lo había visto todo, conocía a aquellos ladronzuelos y sabía que después irían a los aseos a desvalijar el botín, se quedarían con el dinero o piezas de valor y el bolso lo tirarían al contenedor. Por eso, se dirigió con decisión a los servicios de la estación y sacó del aseo, agarrado por el cabello, al harapiento muchacho...

-Si no me lo das ahora mismo aviso al policía...-, le amenazó.

   Después se acercó al muchacho que se lamentaba en el andén de su desgracia y le devolvió su bolso desaparecido. El chico, atónito del paso tan fugaz de la desgracia a la alegría, se deshizo en cortesías, enormemente agradecido, le quería dejar su teléfono, su tarjeta con la dirección, le preguntaba interesado lo que necesitaba o qué deseaba... Ella no pudo evitar, ante su insistencia, que se sentaran en la cantina del andén a conversar. Le habló de su viaje de negocios a la ciudad, de la importancia de la documentación rescatada ya que ahí estaban todos los permisos conseguidos para abrir su local de trabajo, incluso, guardaba en el bolso de mano el préstamo inicial con que comenzar mañana mismo a trabajar. No podía estar más agradecido aquel hombre y no dudó, pensando en la ayuda que necesitaría más adelante, en ofrecer a la chica un trabajo en su negocio de la confitería.

   Ella rehúso todo y se excusó con que no soportaba que aquellos pillastres andaran sueltos por la calle sin otra ocupación que complicar la existencia a los viandantes. Se despidió sin más, pero con el teléfono que tanto se obcecó aquel hombre en entregarle. Regresaba a Casa Guillermina con el alma turbada, no lograba sentirse tranquila, quizás nunca antes lo estuvo, pero algo le impedía volver a su anterior actitud al percance con los muchachos. El encuentro con aquel hombre había dejado una puerta entreabierta a la esperanza, tal vez significaba una salida, un camino para su futuro incierto al otro lado de las vías... Durante algunos días reflexionó sobre ello, pensativa e indecisa; se lo notaron las compañeras, incluso la Señora le preguntó al respecto de su preocupante introversión, pues su actitud distante desatendía a los clientes.

   Ella intentó disimular unos días más, era el pacto que se había propuesto. Ya había hablado por teléfono con el chico del andén, aunque hubo de preparar bien la urdimbre de su inventada historia para no ser descubierta. Por eso, ella le habló del familiar que también vivía en la localidad del hombre que le pretendía ayudar, se incorporaría al puesto inmediatamente, se le daba bien la cocina y tampoco encontraría inconveniente en el alojamiento con la casa de su tía tan cercana. Así que, tomada la decisión, no fue hasta el lunes siguiente cuando su marcha a la ciudad no despertaría sospechas, cuando cogió el tren que le llevaría lejos de la penuria hacia un horizonte quizás mejor, aunque por descubrir.

   Al principio, como en todos los comienzos, el sacrificio fue duro. El nuevo trabajo era su tabla de salvación y se aferró con el tesón de quien ha conocido tiempos peores. La nueva vida se abría lenta, pero con la certeza del paso a paso. Sus manos eran indispensables en la marcha del negocio que ya comenzaba a dar sus frutos, al cabo de varios meses. Mientras, el hombre le agradeció infinitas veces al cielo de haber interpuesto a aquella mujer en su camino, le recuperó el crédito, los permisos y, por si fuera poco, trabajaba sin descanso dejando el alma en ello y defendiéndolo como si fuera suyo. Se fue desarrollando una relación estrecha entre ellos, la coordinación y entendimiento en el trabajo era inmejorable, no existían esperas ni negativas a cualquier sobreesfuerzo y, poco a poco, fue madurando aquel otro sentimiento más profundo.

   Una mañana, el repartidor se le quedó observando como si le conociera de algo. Ella reconoció a un antiguo cliente de Casa Guillermina, pero tragó saliva y echó adelante. Tal vez algún día le contaría su oscuro pasado, pero por ahora no lo tenía entre sus intenciones, antes era preciso consolidar lo ganado si aquella relación seguía su buen comienzo. Era un buen hombre y se felicitaba de que la suerte, aunque fuera a costa de duro trabajo, le mostrara por una vez en su vida el lado más amable. A él le parecía un regalo del cielo aquella mujer hacendosa y ya hacía tiempo que pensaba en ella como algo más serio dentro del marco que conformaba su vida, por eso se lo propuso una tarde, nada más cerrar el local. Ella se mostró preocupada, pero él le animaba tratando de transmitirla confianza... Si ella quería, si de verdad así lo deseaba podía contar con su trabajo, no le faltaría y él tampoco... Tampoco fallaría, la quería, también podía contar con él, nada tenía que temer. Ella le acarició la frente intentando calmarle, sí, continuaría adelante con él, le estaba muy agradecida...

   Se besaron con pasión, con las manos entrelazadas como dos adolescentes. La pasión se fue encendiendo como un ascua al rojo vivo y, allí, sobre la mesa de la cocina se amaron, echando a rodar los utensilios que antes quedaron ordenados. Nada importa más que dar rienda suelta en ese instante a su imparable instinto. Entre suspiros entrecortados y chorreados de sudor desbordaron sus pasiones incontenibles. Para él no había duda alguna, era la mujer predestinada de su vida; para ella, era su oportunidad, no otra más sino la nueva y única...

 
  
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El autor:
*Es una Colección "Son Relatos", (c) Luis Tamargo.-
 

© 2018 Luis Tamargo


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Added on May 24, 2008
Last Updated on August 13, 2018

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Luis Tamargo
Luis Tamargo

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El autor, LUIS TAMARGO, es natural de Santander, en el norte espanol. Documentalista clínico de profesión, curso estudios de Letras y Humanidades y ha publicado "Escritos Para Vivir" .. more..

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