El maldito y extra�o caso de un hombre - Writing in Spanish

El maldito y extra�o caso de un hombre - Writing in Spanish

A Story by AlexB10
"

Short story written by Alejandro Barco.

"

El maldito y extraño caso de un hombre

El cuerpo de Rita estaba sin vida en el piso y el hombre la miraba estupefacto, asustado. En su mente, el hombre recreaba rápidamente lo absurdo de esta situación que lo tenía temblando. El hombre recordó que ella y él habían pasado una noche perfecta bajo las estrellas cenando y disfrutando de un Pinot Grigio en el verde patio de su casa. La comida que disfrutaron era de su restaurante favorito y ese fue el tema de conversación, mientras el hombre procedía con su plan nefasto. El hombre regresó a ese momento de la cena en que él colocaba una ínfima cantidad de polvo sexual en la copa de vino de Rita. Revivió aquel momento en que sus sonrisas centelladas por la luna llena se encontraron en un incontenible juego de seducción. 
Esa noche, el hombre de 28 años sintió que su mundo cambiaba ante la irresistible belleza juvenil y angelical de Rita. El hombre, seducido por los senos y la sonrisa perfecta de Rita, quería sus besos y deseaba su cuerpo. Pensó tenerla para siempre. Luego de palabras encantadoras se tomaron de la mano y fueron hasta la casa del hombre en la cima de la colina, donde siempre espera el cielo hostil. Entraron en su dormitorio y explotaron en su libido dejándose llevar al infinito. Las manos del hombre recorrieron los pechos perfectos de Rita mientras sus labios jugaban entre sus piernas repetidas veces. Él la había llevado más allá del clímax y ella era feliz cuando él la penetraba velozmente apagándole su insaciable fuego sexual. Rita sentía que sus venas infladas de sangre sexual le invadían la mente y le quemaban la piel. Su gozo era dulce pero sus múltiples orgasmos le impedían disfrutar de esa potencia divina que la sometía con magia. Se sintió una diosa del amor infinitamente elevada hasta el cielo…hasta que todo cambió repentinamente. 
Los gritos de placer y rítmicos gemidos habían cesado, el corazón de la chica dejó abruptamente de palpitar. Su cuerpo inerte de largo cabello negro cayó fatalmente a la derecha de la inmensa cama. Un golpe mortal en la sien le había causado una herida, desde la cual emanaba profusamente un grueso hilo de sangre. Pensó que el polvo sexual había provocado en Rita esa reacción fatal. De repente, la suerte le había jugado una mala pasada y el destino del hombre se tornaba gris e incierto.  Esa noche, el hombre tembló cuando vió las nubes negras invadir el cielo a gran velocidad y los truenos retumbar en una lluvia fina e incesante. Así, el miedo y la desgracia lo atraparon para siempre.
Ahora ante el cadáver de Rita, la continuaba mirando asustado mientras sus oídos escuchaban el tétrico silencio en su dormitorio. El hombre desahuciado, miró la realidad que lo rodeaba, maldijo su suerte, y se convenció de lo absurdo de la vida. No podía creer lo que acababa de suceder, no lo quería creer. En su desesperación, no lloraba, no pensaba. Contempló en llamar a la policía pero desistió pensando que nadie le creería ni una sola palabra. No supo qué hacer ni a quién acudir. ¿Podría pensar correctamente en un momento así? ¿Es el ser humano capaz de reaccionar lógicamente ante el horror de la muerte? La locura se adueñó del alma del hombre y su cuerpo solo obedeció.
El hombre, fuera de sí, tomó los brazos de Rita y la arrastró hacia la pared. Raudamente se dirigió al sótano y trajo pico y pala para proceder con lo que el horror le dictaba. Movió la cama y procedió a cavar 70 cm de profundidad a gran velocidad. Hizo rodar el cadáver de Rita en el pozo y lo acomodó en posición fetal, lo cubrió con sus prendas personales y le desparramó cal por todo el cuerpo. Selló la precaria tumba con cemento y finalizó colocando la cama en su lugar habitual. Se sentó y miró a su alrededor, aún incapaz de entenderse a si mismo, notó que el cuerpo le sudaba de forma anormal y que su piel emanaba un misterioso humo gris y brillante. Rendido ante los acontecimientos cayó dormido profundamente en la cama. El viento veloz lo despertó ante un dormitorio de aroma humeante y piso ensangentrado. Permaneció ahí toda la noche y se acostó en esa misma cama pero no volvió a dormir. Repentinamente se bajó de la cama y fijó su mirada en esa tumba. Profundamente acongojado quebró en llanto y le pidió perdón a Rita y a Dios. El hombre vivía su propio infierno, no entendía su locura…solo quería olvidarse y pensar que todo fue una pesadilla. Solo quería deshacerse de tormentosos pensamientos, deseaba poder cerrar los ojos y dormir para siempre. 
El hombre disimuló su tormento practicando sus hobbies y teniendo conversaciones rutinarias e intrascendentes con su madre. Deambuló pasivo los días de su vida, hablaba sólo lo necesario. Para él, el tiempo nunca había pasado; aún recordaba el sonido furioso del pico rompiendo el piso, y la pala cavando la tumba de Rita. Desde esa última noche con Rita, el hombre comenzó a percibir una rara y misteriosa enfermedad. El interior de su cuerpo envejecería pero la piel de su cuerpo no. Su inexplicable padecimiento le dejó el rostro joven y la voz ríspida y gruesa para siempre. Su misteriosa enfermedad lo deshumanizó por veinte años y en ese letargo nunca supo del amor. Curiosamente desde esa trágica noche negra el hombre nunca volvió a sonreír. Los músculos de su rostro se habían olvidado de esa esencial expresión humana. Visitó varios médicos, pero nadie ni nada le brindó solución a su padecimiento. Las circunstancias de la vida le enseñaron a tener un corazón polifacético.   Se resignó a su diario infierno y aprendió a vivir en él para conservar un mínimo estado de sanidad mental. Rara vez era conmovido, ni siquiera el amor incondicional de su madre le ablandaba el corazón. El hombre era un ser abatido, consumido por pesadillas que lo llevaban a mirar debajo de su cama. Vivía una vida de mentiras en el que el miedo le filtraba las palabras en cada una de sus conversaciones. Cuando la soledad lo invadía deseaba estar enterrado al lado de Rita y así terminar con su tormento. ¿Habría solución para este hombre? ¿Hasta cuándo soportaría tanto remordimiento, tantas pesadillas? ¿Cuándo se decidiría a contarlo todo y acabar con su infelicidad?
Su caso médico había intrigado a varias ramas de la medicina y había curiosidad en saber qué sucedería con él con el pasar de los años. El hombre se había convertido en un experto en su misteriosa enfermedad. Con mucha facilidad explicaba a los doctores que el envejecimiento anormal de su interior tenía que ver con la inconsistente y pobre producción de vitamina B en su cuerpo. Relataba que la ecología de bacterias en su cuerpo encargada de estimular la producción de la esencial vitamina estaba deteriorada por motivos desconocidos. Juraba que un aire maléfico le afectó la epidermis y que éste le había causado un aspecto juvenil a su piel. El hombre impresionaba a propios y extraños con sus palabras, fruto de innumerables visitas al hospital y de su imaginación. Los comentarios que hacía reflejaban sarcasmo hacia los médicos porque ninguno de ellos había sido capaz de entender ni solucionar su misteriosa enfermedad. Él presentía que era algo oscuro, una maldición que lo castigaba por ese acto macabro con el cadáver de Rita. 
Un día, su madre había organizado un agasajo de honor para tres científicos que se habían mostrado interesados en tratarlo. Él le había ofrecido a su madre colaborar con la comida del evento y entonces ofreció encargarse y pagar por la comida. Llamó por teléfono a su restaurante favorito y ordenó pizzas y ensaladas. En esa dinámica conversación con la mesera, su mente lo transportó repentinamente a esa tétrica noche de horror. Recordó los gemidos de Rita, mientras imaginaba el rostro de ella devorado por enormes gusanos que no cesaban de lamer la sangre a su alrededor. Episodios de este tipo lo atacaban intempestivamente. Se convirtió en un rasgo inherente a su carácter el conectar hechos diarios e insignificantes con los hechos de esa noche. ¿Cómo podría olvidarse que esa noche ella y él disfrutaron comida de ese mismo restaurante? La voz de la mesera que le pedía confirmar sus datos lo regresó a la realidad. El hombre repitió su nombre, confirmó su orden y acordó llegar en treinta minutos.
Entró al restaurante apresurado, su madre le había dado otras diligencias más que hacer. El lugar acababa de abrir y se podía escuchar el incesante trajín de los cocineros ultimando detalles para el almuerzo. La expresión de su joven rostro era la habitual, no tenía expresión alguna, pero en un instante cambió y reflejó frustración; pues, la cajera le había comunicado descortesmente que su orden estaba atrasada.   La inexperimentada empleada fue inmediatamente a preguntar a los cocineros qué había ocurrido con la orden. Enojado y con el tiempo en el cuello, esperó ansiosamente pero su impaciencia no pudo más. Envuelto en su fastidio, pidió hablar con la encargada del restaurante. La cajera se retiró refunfuñando mientras con un blanqueo de ojos le sugería a la encargada que tuviera paciencia. La encargada, de elegante traje fucsia y camisa blanca, se acomodó los anteojos y se prestó a solucionar el problema del hombre. Con mirada atenta, soportó la voz raspada del hombre que le entonaba palabras de caracter epítetoso. Le miró los ojos y leyó su triste interior, entendió que el exagerado enojo del hombre iba más allá de una simple orden de comida.   En ese intercambio de voces la mirada de ella se enturbió con la de él y en un microsegundo ella quedó atrapada por su oculto encanto. Una fuerte brisa fría le recorrió el cuerpo. Su instinto de mujer le ruborizaba en la piel; le atraía la joven piel del hombre, su elocuente voz, su porte y elegancia, su clase. ¿Se habría enamorado de aquel misterioso hombre? Lo imaginó sonriente en una cena para los dos, conversando a la luz de la luna, tocándole el pelo negro, besándolo. Era un hecho, ella deseaba su amor, quería su amor. Mientras tanto, su mente acostumbrada a situaciones incoherentes ya había solucionado el problema del hombre. Sosteniéndose los anteojos, la mirada de ella proyectó seriedad y con determinación tomó control de la situación. 
- Se me ocurre que puedo aclarar esta situación si me permite un minuto – sugirió ella.
- Por supuesto! Tómese dos minutos! – aprobó sarcásticamente el hombre.
Llamó por teléfono a otra sucursal del restaurante ubicada cerca de la zona y exactamente en un minuto confirmó sus sospechas de que el hombre se había equivocado de restaurante. Armada con toda su profesionalidad, la encargada se lo comunicó sin vacilar.
- Pues lamento decirle que Ud. se equivocó de restaurante. Su orden está lista pero en nuestro restaurante ubicado en Larrea al 2547. Lo esperan con su orden lista. Realmente lamento el malentendido.
El hombre no pidió explicaciones de ningún tipo. La miró fijamente, giró su cuerpo para retirarse pero rápidamente se volvió ante ella. Algo avergonzado le pidió su nombre aduciendo que se lo podían pedir en el otro restaurante. Generalmente en estos casos, la encargada le entregaría su tarjeta pero esta vez ella tomó una servilleta y escribió Soledad. Mientras ella le explicaba cómo llegar desde ese lugar, anotó su número de celular en la servilleta y luego lo despidió diciéndole: “llámeme si necesita confirmar esta curiosa situación con el encargado del restaurante.” Normalmente, ella se desentendería del problema al momento que el cliente saliera del restaurante, pero su corazón no quería nada de eso. Soledad quería que él la sintiera parte de la solución, deseaba eso como nunca. Ella anhelaba que ese día él la llamara, actuaba como una ansiosa adolescente, quizás ilusionada en encontrar ese gran amor que siempre la esquivó.
Esa tarde después del almuerzo, los científicos le habían anticipado al hombre que probablemente iba a sufrir una deformación acelerada en su voz y órganos vitales. Los tres científicos reaccionaron incrédulos al tocar la tersa y joven piel del hombre, quien ya raspaba los cincuenta años. Les preocupaba que su interior viejo y frágil terminara carcomiéndole la piel y le causara un mortal deterioro en masa. Según ellos, era inminente que se trasladara a Francia para que se sometiera a estudios y así observar la enfermedad en todas sus facetas. Durante esa tarde de interminables opiniones profesionales, el hombre no dejó de pensar en lo ocurrido en el restaurante. Retenía en su mente la atenta mirada de Soledad y pensó que sus ojos verdes irradiaban paz y tranquilidad. Apretó ansioso en el bolsillo de su pantalón la servilleta que Soledad le había dado. Quizás el amor le estaba tocando la puerta y ésta sería la única esperanza que tendría de olvidarlo todo y empezar de nuevo. Pensó mucho en llamarla pero su inseguridad lo desanimaba. Sabía que quería hablar con ella pero le faltaba convicción. Finalmente venció sus miedos. Simuló hablar con ella y practicó cada palabra que le diría. Marcó el número de teléfono temblando, como presintiendo que iba a ser la llamada más importante de su vida. Soledad contestó y escuchó su voz, fingió por un segundo no reconocerle. Casi simultáneamente, esbozó una tibia sorpresa por la llamada del hombre y le expresó su alegría al saber que todo fue bien con la orden de comida. Mantuvieron una corta conversación porque el restaurante estaba muy ocupado. El hombre le dijo que la llamaría más tarde en la noche y ella aceptó. Llegó las once de la noche y el celular de ella registró la llamada que ella ansiosa esperaba. Conversaron largamente hasta las cuatro de la madrugada pero curiosamente ellos nunca percibieron el paso del tiempo, todo era simple y mágico. Cada oración los llevaba a un laberinto de palabras de ensueño que los intrigaba y atraía, cada articulación de sus voces los enamoraba más. El aire etéreo de esa madrugada escuchó sus corazones enamorados mientras la luna llena presentía que este amor era repentino e imperfecto. 
En el parque, el hombre caminó lentamente y disfrutó dándoles migas a las palomas. Él, sin motivo aparente, se tomó la cara como si algo lo molestara. Soledad lo vió a lo lejos y se le acercó a pasos ligeros provocando que las palomas tomaran vuelo hacia el cielo azul del mediodía. Sus manos se encontraron, se miraron intensamente, se besaron a la perfección. Soledad comprendió que el hombre era alguien especial, particular, único, era su hombre. En tanto él sintió que un rayo le estremecía el cuerpo y que la textura de su piel joven y anormal se erizaba. El hombre experimentó metamorfosis en cada ligamento, fibra, músculo, y poro de su epidermis. Estaba confundido y no encontraba explicación a tan agradable pero extraña situación. Algo mágico le causó mejoría inmediata.   ¿Sería el amor lo que le causaba esta sensación? ¿Sería la felicidad la cura a su padecimiento? La metamorfosis dejó de ser leve y benigna y comenzó a delatarse agresiva y cambiante. Las manos le comenzaron a sudar y unos granos blancos le invadieron las orejas. Los poros percibieron una sensación líquida y su piel húmeda y agrietada despedía nuevamente un humo descolorido y brillante. Los ojos se le abrieron y cerraron deformemente, algo lo invadió y él no tenía control. Tan incómoda situación lo confundió y provocó en él indignación y gran nerviosismo. Inexplicablemente, Soledad no percibió nada de lo que a él le estaba sucediendo. El hombre fingió un dolor de cabeza y pidió retirarse a un baño público por unos minutos. Entró raudamente al baño de un restaurante Jack in the Box y se miró el rostro en el espejo. No notó ningún cambio y se tranquilizó, sus ojos le hicieron creer que todo era fruto de su imaginación. Salió con confianza al encuentro de Soledad que lo esperaba sentada en una banca. Conversaron de su niñez. Él sin expresión en el rostro le habló de su vida al lado de su madre. Ella sonriente le contó de sus infantiles deseos de ser maestra.   Ella le habló del restaurante y de impacientes comensales, de arrogantes meseros, de bartenders mujeriegos, y de hombres y mujeres solitarios dependientes del alcohol. A Soledad le causó curiosidad que él no hubiera esbozado una simple y leve sonrisa en toda la tarde. Quiso saber más de él y de alguna anécdota divertida; no pensó mucho y le preguntó:
-         ¿Alguna vez te has ido sin pagar de algún restaurante?
-         No recuerdo. Pero sí recuerdo que alguna vez no he pagado la cuenta por completo.
-         Bueno, eso es casi lo mismo que no pagar la cuenta – replicó sugestivamente ella.
-         Es verdad, pero lo he hecho solamente un par de veces con otros muchachos, cuando iba a la secundaria. Recuerdo que salíamos de a uno para no despertar sospechas. El último que salía del restaurante salía corriendo como loco – concluyó el hombre, melancólico. 
-         ¿Nunca agarraron a alguno de tus amigos? – preguntó inquieta Soledad.
-         Una vez. Creo que abusamos demasiado del mismo restaurante y el dueño nos tenía entre cejas. Un buen día supe que habían atrapado a unos muchachos de nuestro grupo. El dueño los denunció a sus padres y los pobres recibieron una fuerte penitencia. Nunca más regresamos a ese lugar.
-         ¿Crees que es verdad la frase “lo que se debe se paga”? – cuestionó Soledad en su afán de entrar profundamente en el pensamiento del hombre.
-         Sí. Creo que todos pagamos lo que debemos en algún momento de nuestras vidas. ¿Y tú? – preguntó queriendo deshacerse de tanta interrogación.
-         Pues estoy de acuerdo contigo…y menos mal que aprendiste tu lección porque si no fuera así, tendría prohibido que entraras a mi restaurante! – bromeó la chica. 
Ambos sonrieron, aunque él lo volvió a hacer por primera vez después de veinte años.
La tarde oscura los encontró todavía tomados de la mano. Se despidieron y se volvieron a ver diariamente en la misma plaza y bajo el mismo sol. Los besos apasionados de Soledad no eran suficientes para el hombre. Él ansiaba hacerla suya pero su timidez no le permitía tocar a Soledad como él sabía, como él quería. En tanto Soledad deseaba que él la hiciera sentirse mujer para siempre. El tiempo los juntó en una nueva cita romántica, esta vez en la noche y en la casa del hombre. Ambos dejaron de lado el protocolo que insinuaba la cena romántica que esperaba en la sala, sólo había tiempo para amar. A través de la ventana el cielo repleto de estrellas los vió envolverse en un abrazo infinito. Él recorrió sus dedos por su húmedo pubis y ella presa de sus más eróticos pensamientos le tomó la mano y le pidió ir al dormitorio. Él consintió con su mirada y la besó apasionadamente. Ahora, él era un nuevo hombre pues el amor parecía haberle borrado de la mente lo acontecido hace veinte años. El amor le había quitado todo remordimiento llenándole el corazón de esperanza. 
En un suspiro ambos se despojaron las ropas. Desnuda y con el pelo largo bordeándole los pechos, Soledad se arrodilló ante él y con la lengua jugueteó con su miembro. Ella era puro fuego y estaba incontenible. Sus pesones erguidos deseaban ser tocadas y sus perfectas piernas abiertas aguardaban el vigor de su hombre. Él la tomó de la cintura y repitió mil veces su ritmo sexual. La intensidad de ese amor puro los enloqueció con furia. Los dos se satisfacieron inmensamente, aunque él nunca imaginó que volvería a sentir esa magia. Lo que sentía lo superaba. Llegó a pensar que Soledad era el amor de su vida. En el acto sexual, el hombre que había aprendido a reír gritó de placer y encontró carcajadas de felicidad. Había recuperado la sonrisa para siempre pero algo le impedía un gozo completo. Sintió que debajo de esa cama una energía gris le apagaba el deseo sexual. Las manos las sintió débiles y sus dedos soltaron el largo cabello negro de Soledad. Lentamente le acarició la espalda y cesó su vaivén en el cuerpo de Rita. Juró escuchar gritos de ultratumba y ver las paredes sangrar. Arrebatado por su propio infierno el hombre lloró como un niño. Comprendió que su felicidad nunca iba a ser completa y que tenía que confesarlo todo.
El hombre se entregó a la policía. Cooperó con la justicia y le contó al juez los hechos que habían ocurrido con Rita. Escuchó su sentencia de doce años en cárcel, suspiró, y regresó en el tiempo ante el cadáver de Rita para decirle, “perdón, mi vida, por lo que hice esa noche, no merezco vivir.” Solemne ante el juez, el corazón se le desahogaba en profundo silencio. Con el alma aliviada el hombre aceptó su condena. 
Permaneció en esa celda tres días antes de recibir la visita de Soledad. En ese encuentro ella experimentaría una indescriptible sensación de horror. Los ojos de Soledad observarían cómo el hombre había envejecido. Esos veinte años que el hombre nunca pudo envejecer le habían pasado por el cuerpo sin piedad. La voz del hombre y su piel se habían deteriorado doblemente a gran velocidad, tal como lo habían anticipado los científicos. El hombre ya no podía articular palabras y su rostro invadido de espesas arrugas lo hacían un ser detestable. Su cuerpo encorvado lento y apesumbrado ya no recordaba el fuego erótico de Soledad. En un último ejercicio mental, la mente le borró de la memoria todo el amor por ella. El miserable individuo se convirtió en el hombre más solo del mundo, incapaz de reconocerse a si mismo. Una maldición destinada para unos pocos lo había condenado para siempre. 
El hombre, sentado ahí en esa pequeña cama penitenciaria volvió a ser un ser solitario, de mirada perdida y sin expresión en el rostro. Su empedrada piel de mil años le recordaba lo indeseable y repulsivo de su ser. Tocado por siempre por la desgracia, el hombre sufrió pesadillas constantes que lo arrastraron a la locura. Ahí en su celda, ese hombre loco miraba diariamente debajo de su cama para hablarle a una tumba inexistente. Entre esas paredes, el hombre lloraba inmensamente hasta que el cansancio lo invadía. En todas partes se habló de su miseria y del brillante humo negro que le emanaba de la boca cuando una noche gritó por horas el nombre de Rita. Aún hoy se cuenta que lo consumió su propio cuerpo y que la muerte lo encontró con las uñas ensangrentadas escarbando una tumba debajo de la cama.
 
ALEJANDRO BARCO
 
 

 

© 2009 AlexB10


My Review

Would you like to review this Story?
Login | Register




Share This
Email
Facebook
Twitter
Request Read Request
Add to Library My Library
Subscribe Subscribe


Stats

139 Views
Added on April 19, 2009
Last Updated on April 22, 2009

Author

AlexB10
AlexB10

Los Angeles, CA



About
I was born in Argentina. I love reading and writing. I am a teacher and a dedicated father of one girl and one boy. Love to play soccer and tennis. My perfect day consists of a great dinner with m.. more..

Writing